Adolescence no es solo una serie; es una experiencia. Una de esas que te atrapan desde el primer minuto y no te sueltan hasta mucho después de los créditos finales. Cuatro episodios. Cuatro escenarios. Cero cortes. Y un impacto emocional del que te va a costar recuperarte.
Desde su primer minuto, la serie británica creada por Stephen Graham y Jack Thorne, y dirigida por Philip Barantini, te mete en el centro de una situación devastadora: una redada policial a las 6 a.m. en una casa suburbana. Los oficiales entran con armas en mano y sacan de su habitación a Jamie Miller, un adolescente de 13 años (interpretado magistralmente por Owen Cooper). ¿Su crimen? El asesinato de una compañera de clase. Pero la serie no se detiene en el “qué”, sino en el “por qué”. Y es ahí donde se vuelve absolutamente brutal.
Un viaje al abismo en cuatro actos

Cada episodio de Adolescence es un golpe en el estómago.
El primero nos lleva al frío y deshumanizante proceso policial: interrogatorios, huellas digitales, un padre (Stephen Graham) que no puede creer lo que está pasando y un sistema que no da tregua. En el segundo episodio, los detectives buscan respuestas en la escuela de Jamie, intentando descifrar los códigos de una generación que vive más en internet que en la realidad. Spoiler: los adultos no entienden nada.
Pero es en el tercer episodio donde la serie alcanza su punto más perturbador. Jamie enfrenta a una psicóloga (Erin Doherty) en una sesión que se siente como un combate. Es un duelo de mentes, donde se desentrañan las inseguridades del chico, su visión distorsionada de la masculinidad y su peligrosa relación con el ecosistema incel que inunda las redes sociales. El cuarto episodio nos lleva de vuelta a la familia Miller, una casa destrozada por el horror, donde nadie entiende cómo llegaron hasta aquí.
La perfección técnica y un mensaje aterrador

Lo de Adolescence no es solo historia; es ejecución. Cada episodio es un plano secuencia, sin cortes visibles, lo que nos obliga a vivir cada segundo en tiempo real. Es teatro, cine y televisión en una sola pieza, con una crudeza que te deja sin escapatoria.
Más allá de su destreza técnica, la serie nos lanza una pregunta aterradora: ¿qué estamos haciendo con nuestros adolescentes? ¿Quién los está educando realmente, sus padres o TikTok? ¿Cuántos Jamie hay ahora mismo en camino a convertirse en un peligro para ellos mismos y para los demás?

Adolescence no es fácil de ver. No es entretenimiento ligero. Pero es necesaria. Es de esas series que te obligan a enfrentar lo incómodo y que se quedan contigo mucho después de haber terminado. No apta para corazones sensibles, pero absolutamente imperdible para los que buscan algo que los desafíe. Prepárate, porque esto no se olvida fácilmente.